lunes, 17 de septiembre de 2012

RETAZOS 4



LA CARTA.

Sentada en un banco del parque, trato de leer, pero algo ha llamado mi atención y me distraigo. En el banco de enfrente, una mujer de unos cuarenta y cinco aproximadamente. Su extraña actitud ha captado mi interés. En  sus manos, sostiene una carta abierta, la mira como si la estuviera leyendo, mueve la cabeza de un lado a otro, como si no creyera lo que está escrito en ella. De repente alza la cabeza, su rostro totalmente inexpresivo,  y su mirada se pierde no se sabe dónde. Vuelve a centrar su atención sobre las líneas escritas en el pliego blanco, y vuelve a mover una y otra vez la cabeza, como no dando crédito a lo que está leyendo.

Hago como que estoy centrada en la lectura pero no consigo apartar la mirada de ella, que a su vez me ignora completamente. Esta totalmente ausente. Su rostro refleja tristeza e incredulidad, y resignación, pero no odio, ni indignación.

Yo estaba cada vez mas intrigada. ¿Qué le ocurriría? Estuve tentada de acercarme y preguntarle si podía ayudarla en algo, pero no me atreví, no sabía cómo se lo podía tomar, y puede que fuera contraproducente. Decidí no hacer nada, y estar alerta por si acaso me necesitara, pues su actitud de indefensión, me hacía presagiar que se encontraba muy mal.  

Muchas cosas pasaron por mi mente ¿Habría tenido malas noticias de algún familiar enfermo, o accidentado? ¿Quizás su marido o compañero la habría dejado por otra? ¿Sería víctima de malos tratos?  no sé, no sé, pero lo que fuera debía de ser grave, cuando la pobre mujer, no daba crédito a lo que leía una y otra vez.

Después de casi dos horas en la misma posición y actitud, la mujer se levanto con lentitud, como si le costara trabajo moverse, y echo a andar lentamente, con los brazos caídos y  la cabeza baja. Yo la seguí con la mirada, de pronto dejo caer la carta que tanto la había apesadumbrado, y siguió andando casi arrastrando los pies, como si de un zombi se tratara. Cuando se alejó, me acerque al sitio donde cayó la carta, la recogí, con remordimiento, pues pensé que no tenía ningún derecho a fisgar en algo que no me incumbía, aun así no pude contener mi curiosidad. “Mea culpa”.

Volví a sentarme en el mismo sitio, con la carta en mis manos, para mi sorpresa el texto era sumamente escueto,  comencé a leer:

Estimada señora De la Torre, lamentamos enormemente comunicarle que después de veinticinco años trabajando en nuestra empresa nos vemos en la dolorosa necesidad de prescindir de sus servicios, dado la mala situación por la que la empresa está atravesando. Por lo que le rogamos que el próximo lunes no se presente para ocupar su puesto de trabajo, ya que este que ha sido ocupado por una becaria. Le mandaremos a su casa el finiquito.

Atentamente la empresa.


Me quede de una pieza. Pobre mujer, tantos años, y la despiden con unas escuetas y frías líneas, sin más explicaciones, sin unas palabras de ánimo o aliento, de consuelo, de esperanza en que pronto se arreglarían las cosas y todo volvería a la normalidad. Nada, nada, la habían tratado igual que a un papel inservible, arrugándolo antes de echarlo a la papelera, o como si fuera un viejo mueble, que se tira por que sea quedado obsoleto o nunca  hubiera existido.

Ahora me sentí identificada con la decepción de la mujer desconocida.

Por sus gestos de incredulidad y derrumbe, supe que aquella pobre mujer no tenía nada donde agarrarse, y lo que es peor,  a nadie, por quien luchar. En tiempos de crisis y a su edad pensaría que el mundo se había hundido bajo a sus pies.

Realmente me sentí muy mal, por la situación de aquella desconocida, y por  no haber sabido resistir la curiosidad, pues sabía que mi mente tardaría un tiempo en olvidar el problema de esa mujer, a la que ni siquiera conozco, pero sentí su problema como mío. —Creo que eso se llama “empatía”—.

Regrese a mi casa cabizbaja, maldiciendo muchas cosas, muchas.

viernes, 14 de septiembre de 2012

VACACIONES, AUSTERAS, —COMO DIOS MANDA—



Como no podía ser de otra manera en tiempos de “gran crisis”, mis vacaciones han sido austeras, faltaría más. Solo hemos gastado en el alquiler del apartamento, que ha sido un precio módico gracias a  unos buenos amigos, Patro y Paco, los dueños del mismo. Y el gasto  normal en alimentación.

Situado en la famosa playa de la Carihuela, lo que se dice “a dos pasos” de la susodicha. Bonito y cómodo, todo nuevo y acogedor, y lo mejor, una hermosa terraza patio, donde disfrutábamos del desayuno, y de la cena, momentos de verdadero relax.

Lo mejor, varias cenas con amigos en la terraza, en plan tertulia relajada. El encuentro fortuito  y casi novelesco con un amigo bloguero, “fus”, con él y su esposa Conchi, (casualmente Paco y Conchi) compartimos una rato de lo más ameno.

Aparte de los matutinos paseos playeros, refrescantes chapuzones y secado al sol, lo demás han sido las largas horas de lectura, en la playa, tanto por la mañana, como al atardecer, bajo la sombra del hermoso palmeral, y los ruidos inevitables de conversaciones ajenas, a las que yo hacía “oídos sordos” amenizados por los graznidos de unos papagayos que al parecer se han hecho los dueños del palmeral. Siempre evitando las horas centrales de calor, que al parecer son las que más les gusta a la gente, pues cuando nosotros nos marchábamos era cuando más gente veíamos acudir a ellas.

Creo que he batido mi propio record de lectura. Me lleve una novela que tenia empezada, de Stephen King, llamada “Verano de corrupción” bastante truculenta por cierto, se trata de un chico muy joven que descubre que un vecino suyo, ya anciano, era un conocido nazi. El chico usa la información para chantajear al anciano, sonsacándole todo tipo de información morbosa de los terribles acontecimientos. Un inteligente y perverso crío, que llega a cometer actos inverosímiles en un joven de su corta edad. Interesante como casi todas las de este autor, del que mi hijo Paco tiene una buena colección de sus obras.

Como solo me había llevado esa, tuve que buscar alguna librería, o sitio donde vendieran libros de bolsillo. Pues aunque parezca mentira no fue fácil, las pocas que encontrábamos tenia los libros en ingles, o alemán, por fin dimos con un establecimiento de los que son  una especie de supermercado y basar tan comunes en los sitios de costa. Solo le quedaban tres, en español, una de pequeño formato, y escaso texto, llamada “Sabor a chocolate” de José Carlos Carmona, doctor en Filosofía, que ha sido premiado por la universidad de Sevilla, el autor describe en un mínimo texto con bastante habilidad, muchos acontecimientos de la vida de varios personajes a lo largo de sus respectiva vidas.  Se lee en una hora, y es ameno.

De las otras dos una ya la había leído, era “La Calle de la Vírgenes” de Barbará Wood, buenísima novela sobre los fanatismos religiosos y la gran discriminación de las mujeres en los países islámicos, conflictos políticos y culturales, violencia y abuso sexual, se desarrolla a través de tres generaciones de mujeres. Es muy recomendable, me encantó. Sin duda la leeré otra vez cuando pase un tiempo, tengo costumbre de leer dos veces las que, como se suele decir, nos dejan buen sabor de boca. La única que le quedaba, era de la misma autora, lo que me satisfizo, ya que tanto me había gustado la anterior, por lo que no dude en comprarla.

El titulo es “Domina”, cuenta la historia de una doctora desde su nacimiento, en 1860 en un humilde barrio de Londres. Una infancia un tanto dramática para una niña, la hizo ser fuerte, forzosamente. Su atracción por el dolor físico y gran interés en buscar  formas de paliarlo creo en ella una necesidad de ayudar a los más débiles, (quizás por empatía).  Al ir creciendo, tuvo claro a lo que quería dedicarse el resto de sus días.

En el siglo XIX para una mujer estudiar medicina y además ejercer era casi misión imposible. Se trasladó a Estados Unidos donde tras muchas humillaciones y vicisitudes (que no voy a desvelar) no solo logra su título, también  logra grandes avances en medicina de mujeres, en unos años en los que miles de ellas morían de infecciones al dar a luz, o en abortos clandestinos. En definitiva una novela de una escritora que sabe contar las historias consiguiendo enganchar al lector desde las primeras líneas. Ideal para  pasar los ratos de ocio.

Con el cuarto libro -este fue encontrado de casualidad en un gran centro comercial-, “La aventura del tocador de señoras” de Eduardo Mendoza, autor que consigue sacarme no solo la sonrisa, a veces la carcajada limpia y espontánea. Me encanta su forma de describir al personaje, que es el mismo de la primera de la trilogía, “El misterio de la cripta embrujada” que leí hace un tiempo, le sigue “El laberinto de las aceitunas” esta segunda parte, no la he leído. El autor crea un personaje, “el protagonista”, que  a su vez, es el narrador de la historia.  Con gran habilidad mezcla los pensamientos del protagonista que son de lo más inverosímiles e ingeniosos, con el relato de los hechos un tanto rocambolescos. Esta me ha hecho pasar muy buenos ratos, y eso se agradece en tiempos de crispación continua por el desarrollo de los acontecimientos en este jodido país, de trápalas.

Con esta novela llegamos al término de los días de descanso, o vacaciones austeras como yo  las llamo.

A muchas personas les parecerán aburridas, cada cual tiene una percepción distinta de lo que es pasarlo bien. Yo disfruto solo con mirar al mar, y pasearme por su orilla, perderme en mis pensamientos, leer las historias de los personajes que otros se han inventado, algunos magistralmente bien,  para mí personalmente, han sido muy satisfactorias, será por la edad que ya me apetece mucho más la tranquilidad, que los largos viajes en los que acabas con el cuerpo hecho trizas.

En fin, ¡que “ca” uno es “ca” uno!