domingo, 28 de agosto de 2011

EXCURSIÓN PLAYERA - O - INVASIÓN DE - AGUAMALAS - MALAS AGUAS - AGUAVIVAS - LÁGRIMAS DE MAR - EN DEFINITIVA - MEDUSAS -



Un día de Agosto me llama una amiga para recordarme  que habíamos hablado hacia  algún tiempo, de ir un día a la playa, en uno de esos viajes exprés que organizan las agencias, de ida y vuelta en el mismo día. Yo la verdad, eso lo había hecho hacía mucho tiempo, tanto, que todavía  no me pesaban los años, y sobre todo las incomodidades, con los años me he vuelto muy cómoda, y solo voy  a la playa cuando es a un hotel medianamente bueno, y para pasar varios días, tampoco muchos. Pero lo de todo el día, como que no me gusta  mucho la verdad, Yo no sabía cómo decirle que no me apetecía nada, decidí hacer un esfuerzo pensando que le daba una alegría de las que carece últimamente, diciéndome a mí misma que un día se acaba pronto. Dicho y hecho. Esto fue el jueves, y el sábado a las seis de la madrugada —que manda huevos— ya estábamos en camino. Prácticamente no tuve tiempo de arrepentirme, para más inri la playa estaba bastante lejos, en Ayamonte, con lo cual el camino se hizo muy largo, pero eso no fue lo peor.

Nada más acomodarnos en el autocar y arrancar el chofer, cuando todavía estábamos colocándonos para estar lo más cómodas posible, con el fin de dar alguna cabezadita, de pronto una señora de bastante edad, que parece ser era la que llevaba la voz cantante de un numeroso grupo de mujeres y de algunos hombres —luego nos enteramos, hacen estos viajes todas las semanas—, pues como digo, la buena señora se pone de pie al lado del chofer micrófono en mano, y empieza a cantar a viva voz y desafinando como nadie, SOY CORDOBÉS —os recuerdo que eran las seis y diez de la madrugada—, la señora se había tomado muy en serio lo de ser animadora. Mi amiga y yo nos mirábamos sin dar crédito a lo que estábamos oyendo, afortunadamente nadie la secundó, que era lo que ella quería, un coro en toda regla, viendo el poco éxito que había tenido se sentó con desgana como diciendo ¡que sosos! Respiramos aliviadas, pero nuestro gozo en un pozo, de pronto suena la música a tope, como si todos estuviésemos sordos o el autocar fuera una discoteca, así hasta que el chofer paró para desayunar, con gran alivio para nuestros castigados oídos.

Recargo de energías y estiramientos de piernas.

Nuevamente la música a tope, me fabriqué unos tapones con la celulosa de un pañuelo, algo es algo, conseguí mitigar un poco el ruido porqué la música a esos niveles es ruido. No le importó a nadie que algunas protestáramos, pocas, la verdad es que estábamos en minoría.

Todavía nos quedaba como hora y media de camino, jamás se me hizo tan largo un viaje.
Por fin llegamos, lo primero que hicimos mi amiga yo, fue buscar las hamacas con sombrilla que hay en todas las playas al pronto nos asustamos pues no las veíamos por ningún lado, la marea había bajado tanto que casi no se veía el mar. Más que una playa aquello parecía el desierto, por fin divisamos a lo lejos las dichosas hamacas, tuvimos que andar bastante para llegar a ellas, todo el personal que llenaba el autocar se habían quedado en el mismo sitio en que las dejo el autocar, pues iban provistas de sombrillas, butacas, bolsas de comida como para un regimiento, y la clásica nevera enorme. Solo tres mujeres y un señor con muletas, que corría más que el fugitivo, y nosotras dos, nos alejamos. Cuando nos dimos cuenta de que se habían quedado atrás, respiramos aliviadas pues nosotras queríamos tranquilidad.

Por fin íbamos a poder disfrutar del mar y de tranquilidad, soltamos las bolsas y nos fuimos para la orilla, con el fin de dar un paseo, en sí, el llegar hasta la orilla, ya era un buen paseo, y de nuevo otra vez, nuestro gozo en un pozo, toda la orilla estaba literalmente llena de medusas con la particularidad de que eran, podíamos decir perfectamente, “gigantes”, yo no había visto nunca unas medusas de esos tamaños, las más pequeñas podrían ser como los melones redondos llamados cocas, pasando por todos los tamaños, hasta la más grande que podía ser como una sandia de las más hermosas, y si sólo hubiesen sido esas que ya estaban muertas, pero no, solo me había metido hasta la cintura cuando sentí que algo grande y viscoso me rozaba las piernas, y me vi rodeada por las invasoras, salí  lo más rápida que pude restregándome la zona con el agua del mar, esperado que aquello no dijera aquí estoy yo  y me diera el día. Afortunadamente no fue así. Nuestra suerte es que estuvo nublado hasta cerca de la una, y que la ducha estaba cerca. Dentro del agua nadie, bueno miento “las medusas” que  campaban a sus anchas.

Sobre la una y media, aproximadamente, nos tomamos un refrigerio y nos echamos en la tumbona para tratar de dar una cabezadita bajo la escueta sombra de la sombrilla playera, (alguna que otra dimos).  En las butacas de al lado estaban las tres  mujeres  y el marido de una de ellas (el de las  muletas), habían venido en el mismo autocar que nosotras, y aunque no los conocíamos de nada, se pusieron a contar chistes y nos alegraron la tarde. Eran realmente graciosos, por lo menos ese rato pudimos distraernos un poco y aliviar el disgusto de no poder bañarnos. Por suerte pronto subió la marea y por fin pudimos sumergir nuestros acalorados cuerpos en el agua y bañarnos en la playa,  no sin cierto recelo pues aun se veían algunas medusas, (imagino que las que había muertas en la orilla) A pesar de lo desagradable, nos metimos, pues el calor a esa hora era de respeto, afortunadamente las olas las iban alejando de la orilla. La temperatura del agua extraordinaria, por fin disfrutamos del agua y del sol aunque solo por un corto espacio de tiempo.

Ya sobre las seis y media, después de ducharnos y secarnos, recogimos lo poco que llevábamos pues el autobús salía para Córdoba a las siete de la tarde.

Vuelta otra vez a la discoteca ambulante, aunque es de agradecer que las canciones eran melodiosas mucho mas soportables, que las de la mañana, se ve que los ánimos y el cansancio habían hecho su aparición, pues el volumen era el mismo. Otra parada antes de llegar a Écija, para tomar algo fresco y alguna de las muchas sobras, (que no sé muy bien por qué, llevamos más comida que la que normalmente comemos en nuestra casa).  A las once, por fin en casa, que alegría por dioooos.

 Este es el resumen de un aciago y dilatado día de playa.
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Moraleja; Mas vale un “no” a tiempo, que horas de “arrepentimiento”. -Me lo acabo de inventar-.
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miércoles, 17 de agosto de 2011

¿PRESENTIMIENTO?



Repasando un poco la corta historia Federico García Lorca en el 75 aniversario, de su trágico asesinato,  acabo de encontrarme este hermoso poema, desconocido por mi anteriormente,  titulado.

Canción de la Muerte Pequeña

Prado mortal de lunas,
y sangre bajo tierra,
prado de sangre vieja.

Luz de ayer y mañana.
Cielo mortal de hierba.
Luz y noche de arena.

Me encontré con la muerte.
Prado mortal de tierra.
Una muerte pequeña.

El perro en el tejado.
Sola mi mano izquierda,
atravesaba montes sin fin
de flores secas.

Catedral de ceniza.
Luz y noche de arena.
Una muerte pequeña.

Una muerte y yo un hombre.
Un hombre solo, y ella
una muerte pequeña.

Prado mortal de luna.
La nieve gime y tiembla
por detrás de la puerta.

Un hombre, ¿y qué?  Lo dicho.
Un hombre solo y ella.
Prado, amor, luz y arena.

 o 

No sé cuando lo escribiría, ni creo que importe,  pudiera ser que algo temía o simplemente la escribió por su percepción de un hecho natural que a todos nos llegará. Quizás nunca sospechara que la dama de la guadaña, le estaba esperando. Poco tiempo tuvo para disfrutar de su juventud. Al igual que a Miguel Hernández, no los dejaron.

A mí  me ha parecido hermoso.

NEGRO / BLANCO - LOS LUTOS.


Hace poco me encontré a una conocida, la vi muy enlutada, le pregunté y me dijo que se le había muerto un hermano: — ¿Cuánto hace? Cinco meses- contestó. Me pareció que estaba desfasada en lo del luto,  pues afortunadamente ya nadie lo lleva, pero nada le dije al respecto, porque considero que cada cual es muy libre de ponerse lo que crea más conveniente. -Pero pienso, que unas ropas negras no hacen, que sientas más la pérdida de un ser querido-. Es como el dicho “El hábito no hace al monje”.

“El luto”, era la costumbre de llevar ropa de color negro y sin adorno alguno por los familiares fallecidos. Parece que se remonta al imperio romano, los familiares del difunto vestían túnicas de lana de color oscuro llamadas “toga pulla” durante un cierto periodo de tiempo. Como tantas otras veces, las costumbres romanas, fueron  copiadas y perduraron en el tiempo. En la Edad Media y el Renacimiento, no solo se usaba el luto a la muerte de familiares, también por los muertos en  las frecuentes guerras, -a las que eran tan aficionados en esa época-, en esos casos, toda la corte se vestía de luto.

También existió el llamado “luto blanco”, las reinas europeas usaban el blanco en lugar del negro. Esta costumbre existió en España hasta finales del siglo XVI. Las jóvenes francesas usaban el “luto blanco”, costumbre que dio pie al origen del guardarropa especial para lutos, que para la reina Isabel confecciono el diseñador Norman Hartiell, en 1938, como podemos comprobar lo de los diseñadores viene de muy lejos, la clase pudiente siempre ha tenido a su servicio las mejores costureras. Parece que el primer modisto, o costurero, en dedicarse al diseño, fue Charles Frederick Worth, estableciendo su “maison couture” o sea “casa de modas” en Paris, desde 1826, al 1895, con un éxito extraordinario. La moda de parís era copiada por la alta burguesía de toda Europa. De la alta costura se paso a lo que conocemos como “pré á porter” que es lo que compramos hoy día en cualquier tienda. El éxito fue rotundo. También, la reina Fabiola vistió de “luto  blanco” en el funeral de su esposo Balduino de Bélgica.

En el siglo XIX, se establecen una serie de normas, principalmente para  las clases altas, que recaían en las  mujeres -como no podía ser de otra manera, faltaría más-, ropajes cerrados hasta el cuello, sombreros con velo, apenas se las podía reconocer, hasta alhajas de luto especiales, hechas con azabaches, -yo recuerdo que a los pendientes de azabache que les llamaban unos “lutos”-. Camafeos que en su minúsculo interior guardaban una pequeña reliquia del difunto en forma de mechón de pelo. El luto establecido duraba unos cuatro años, aunque muchas mujeres decidían llevarlo toda su vida. – No sabemos si sería de verdad por sentimiento o por el que dirán, vete tú a saber-. De todas formas quitárselo antes de los cuatro años era una ofensa terrible al difunto,- como si a él le importara-. Pasados los cuatro años establecidos de luto “riguroso”, pasaban al “medio luto”, que era ropa de fondo negro, con algún minúsculo detalle en forma de flor o de un diminuto lunar. Y poco a poco iban introduciendo pequeños toques de colores oscuros.

El problema venia cuando antes de terminar el larguísimo periodo de lutos, se moría otro familiar, cosa que era muy frecuente dada la tardanza en cumplirse los dichosos lutos. Muchas mujeres se pasaban toda su juventud vestidas de luto –Era cuestión de suerte-. Como siempre el hombre salía ganando, ellos solo tenían que ponerse un brazalete negro en la manga de la chaqueta, o un pequeño detalle en la solapa -Y  yo no recuerdo que lo tuvieran mucho tiempo-. Está muy claro, las leyes las hacían los hombres y, lógicamente, el ancho del embudo era para ellos. A las familias humildes les costaba un gran esfuerzo económico tener que teñir algunas prendas de vestir, cuando sus economías eran tan precarias que a duras penas tenían para alimentar a sus vástagos. El luto era para ellos casi un lujo que no se podían costear, muchos se prestaban las ropas, que pasaban de unos a otros.

Siempre que se habla del luto sale a relucir la película de los años sesenta, de Manuel Summer, “La Niña de Luto” película que refleja a la perfección la retrasada España de la época. Con Alfredo Landa y María José Alfonso, en el papel de los desafortunados novios, que cada vez que ponían fecha para la boda, se les moría algún familiar, con el lógico –en aquellos años –, aplazamiento, hasta pasado el tiempo reglamentario del luto. Varios lutos tuvieron que esperar, tantos, que él, desesperado, le propone fugarse, -otra cosa impensable en  aquellos tiempos-. La obra es una tragicomedia, pues las situaciones son a la vez de dramáticas, hilarantes. Se desarrollaba en un pueblo de Andalucía, pero se podía perfectamente haber ubicado en cualquier pueblo o lugar de España, pues el retraso de España comparándola con otros países europeos era evidente.

Luego está el “Luto Oficial”, es aquel que se declara en cualquier país, ciudad o ayuntamiento, ante una catástrofe, o accidentes múltiples. Muerte de alguna personalidad pública, o  miembros de la Familia Real. Si el luto es a nivel nacional, es el Consejo de Ministros quien determina por decreto el tiempo que durará el luto, publicándolo en el BOE. Banderas a media asta; crespones negros en los balcones; un minuto de silencio; suspensión de fiestas; etc. … Cada país tiene sus propias normas o costumbres.

Recuerdo cuando se murió mi tío Rafael, hermano de mi padre, a mí, que tendría unos siete u ocho años, me pusieron lazos negros en las coletas del pelo, y creo recordar que calcetines negros,  y a mi prima la vistieron completamente de negro a la muerte de su abuela, -que horror-. Esa absurda costumbre se fue dilatando en el tiempo, como al principio fue imponiéndose, hasta que lentamente ha ido desapareciendo. Son pocas las personas que al día de hoy se ponen luto, y solo para la ceremonia del entierro, la mayoría ni eso.

Porque en realidad nadie obligaba a ponerse luto,  no estaba  penado, ni era obligatorio, sí, eran normas adquiridas y conservadas con los años, costumbres, mimetismos, que pasan de padres a hijos, imposiciones  que nos vienen dadas, y que seguimos por respeto a la familia, y como no, por no señalarnos, o, por no ser el primero que rompa las normas, que dicho sea de paso nadie sabe quién ha impuesto. Como en todo alguien tiene que ser el primero, en romper tradiciones, que está bien que el que quiera las siga, pero que no se impongan a nadie.

Mi opinión personal es, que el luto verdadero, no es el color negro ni siquiera el blanco, y si me apuras no tiene color, ni tendría que llamársele “luto” sino sentimientos. Es recordar los momentos vividos con esas personas tan queridas, llevarlas siempre en nuestro corazón y en nuestros pensamientos, los que han formado una parte importante de nuestra vida, siempre estarán en nuestra mente, -mientras que ésta funcione normalmente-, es mucho más humano recordar lo vivido, y sentir que en nuestro interior siempre estarán con nosotros.

martes, 9 de agosto de 2011

¿SOMOS LIBRES?


Que el ser humano no tiene libertad total, es una verdad como un templo -no lo digo yo, pobre de mí-, es una realidad palpable y evidente. Hablamos y hablamos de libertad, se nos llena la boca con esa bonita y hermosa palabra, como si realmente fuéramos libres, y no es así. En realidad sólo hay una muy corta etapa de nuestra vida que es; cuando nacemos y sólo durante unos meses, en los que somos completamente libres. Nos dejamos llevar por nuestros instintos naturales, y hacemos lo que nuestro cuerpo nos pide y sentimos en cada momento. Algunos ejemplos: -No aguantamos las necesidades fisiológicas. -Lloramos cuando nos viene en gana con o sin motivo, e igualmente reímos. -Dormimos cuando nos lo pide el cuerpo, que no siempre es cuando quieren nuestros padres. -Podemos espurrear la comida si no nos gusta, y no pasa nada. -Empezamos a hablar cuando nos viene en gana y no cuando te dicen di papa o mama, etc. … Pero este estado de gracia y libertad sin límites, dura muy poco.

Cuando pasados unos cuantos meses, damos muestras de inteligencia, ya estamos perdidos sin remedio. Apenas empezamos a razonar, y ya empiezan a decirnos como tenemos que comportarnos. Como la canción de Serrat, “niño esto no se toca, niño esto no se hace”. Es solo el comienzo. ¿Qué debe de ser así? Eso está claro, yo no lo discuto, pero empiezan las restricciones y ya no pararan jamás. Es el comienzo de nuestra educación y el final de nuestra efímera libertad, como individuos.

Lo único que tenemos libre es la mente -Bendito invento de la naturaleza-, nadie puede saber lo que realmente pensamos si nosotros previamente no lo decimos. Alguien que nos conozca muy bien, puede aproximarse, pero no puede asegurarlo al cien por cien, se tendrá que conformar con lo que le queramos contar. Es la única ventaja que tenemos sobre los demás y es patrimonio de todos, de ricos y de pobres. Pero que no sirve de nada, o de muy poco, pues estamos condicionados por todo lo que nos rodea.

Tenemos una cosa que se llama “conciencia”, que no nos deja salirnos de lo establecido, pues cuando lo hacemos nos martiriza con otra cosa que se llama “remordimiento”, éste a su vez, hace que nos arrepintamos de haber contravenido las reglas del juego. Es como la pescadilla que se muerde la cola. Y la conclusión final es que no merecía la pena. A si de complicada es nuestra mente, condicionada por las normas. Esas dos palabras, conciencia- y, remordimiento- con las que tanto nos martirizaban en el colegio, suenan a religión católica, , pero siguen estando vigentes, pues las decimos a menudo. Es increíble como lo que nos inculcan de pequeños puede perdurar en el tiempo.


También es cierto que, a veces, nos saltamos las normas más elementales de educación, civismo, o buenas maneras -Algunos caraduras, muy a menudo-. Pero claro, el dilema está en que, a lo mejor lo que es correcto para mí no lo es para otra gente, hay situaciones que están muy claras, pero no siempre sucede así. Hay muchas cosas que se pueden interpretar de diversas maneras, y es ahí, cuando ya tenemos servida la polémica. Todos queremos llevar la razón, empezamos alzando la voz -esa es otra-,  como si por discutir a voces, fuéramos más convincentes. Pero lo peor llega cuando el otro hace lo mismo, y la cosa, si no hay un buen moderador “neutral”, acaba en pelea -que es algo muy feo-. La gente se dispara diciendo cosas de las que inmediatamente se arrepiente, pero ya no hay marcha atrás, lo que sale por una  boca, en estado de exaltación, queda para siempre en el recuerdo, aun en el caso de que haya  perdón. Ninguno quiere reconocer que se ha ido de ligero, y la cosa pasa a mayores, enquistándose el asunto, hasta el punto en muchos casos de terminar con amistades que habían sido fuertes y duraderas durante años. Lástima, porque el orgullo es otro defecto que nos hace menos libres y más infelices. Conozco varios casos de amistades y de parejas que, ambos, han sido unos desgraciados por no dar ninguno su brazo a torcer. Creo que en esos casos es un orgullo mal entendido. Nos creemos demasiado importantes, y sólo somos un minúsculo punto en el universo ¡o quizás no! Quizás cada uno de nosotros llevamos dentro un pequeño universo.

Volviendo a las polémicas de las que estaba hablando, antes de irme por las ramas, o por los cerros de Úbeda, como me pasa siempre -¿qué sería de este mundo sin la subyugante polémica?- en toda tertulia que se precie si no hay una buena polémica, ésta, no tiene el menor interés, o ningún aliciente, o en andaluz cerrao, “ni mijita de gracia”. La polémica es la sal de la vida, la chispa que enciende la mecha, sin ella la vida sería muy aburrida, que digo aburrida, sería un tostón. ¡Lo que disfrutamos con las polémicas no tiene precio! siempre que estas sean civilizadas y no lleguen a las manos, claro está, -eso sería de muy mala educación-. Pero con personas educadas de las que puedas aprender, son muy gratificantes.

Volviendo al principio, no somos dueños de nuestra libertad, siempre estamos supeditados a algo o a alguien. En el trabajo. En la casa. Con la familia. Con la pareja. Con los amigos. Con nuestros principios. Incluso con nuestros propios pensamientos. Cuando no sabemos que camino tomar. Cuando la razón te dicta una cosa y el corazón otra, estamos polemizando con nosotros mismos, y nos cuesta decidir, a veces acertamos en la decisión y a veces no. A esto último lo llamamos “error”, hay errores que no tienen la mayor importancia, y otros que se pagan toda la vida.  

Sin tan siquiera proponérnoslo, somos prisioneros de tantas y tantas  cosas.

¡Así de complicada es la vida! ¿O no? ¿O somos nosotros los que nos la complicamos? Lo mejor de todo, es que no nos damos cuenta. Mejor así ¿verdad?

domingo, 7 de agosto de 2011

7 DE AGOSTO DEL SETENTA Y CINCO


Siete de Agosto del setenta y cinco, nace mi primer hijo, o lo que es lo mismo, el primogénito de de la familia  “Francisco José Muñoz Carnago”, ha pasado la friolera de treinta y seis años, que se han pasado en un plis plas, o en un suspiro, bueno es un decir, porque cuando te pones a recordar fluyen los miles de momentos vividos antes y después de su nacimiento, me apetece y me hace ilusión  recordar, y que mejor momento que el 36 aniversario de mi querido y deseado hijo.

Llevábamos casados Paco y yo solo un año, cuando fuimos la primera vez al ginecólogo, motivos: que no me quedaba embarazada,- para mí, todo un drama-, mi única ilusión por aquel entonces, era tener un hijo, resultado de la visita: que estaba todo normal era cuestión de tiempo, que nos relajáramos, -pero no me manda usted nada-  pregunte yo inocentemente al médico, saliendo de la consulta muy desilusionada, ya tenía veintiséis años y con esa edad muchas mujeres ya tenían varios hijos, ya pensaba yo  que no podría tenerlos, pues dos primas hermanas mías no tuvieron descendencia, sin embargo sus dos hermanos varones sí, a mí aquello me tenía un poco mosca, pues no creáis que no habíamos hecho bien los deberes muy al contrario, aquí se trabajaba a destajo.

A mi prima Carmen, que tenía el mismo problema, su médico le receto una caja de inyecciones que al parecer eran para las inflamaciones, -no digo el nombre porque lo he buscado y no encuentro ninguna referencia-, seguramente dejaron de fabricarlo hace mucho-,yo pensé ¿por qué a mí no? sí yo también tengo inflamación de ovarios cuando ovulo, le dije a mi prima, que ¡suerte por lo menos a ti te han mandado algo! y acto seguido (empecé  a tomarle manía a mi médico).

Al mes, mi prima se quedo embarazada, y yo, ni corta ni perezosa fui a la farmacia a comprar una caja de dichos inyectables, y a la practicanta del barrio para ponerme uno diario, igual que había hecho mi prima, (porqué no, si no era nada que  pudiera perjudicarme, según me dijo el farmacéutico) no me arrepentí nunca, al contrario, ya que  ese mismo mes nos quedamos embarazados. ¡Qué ilusión!

Tuve un embarazo muy bueno, nada de reposo, ni vómitos, ni de ascos a ninguna comida, seguí haciendo mi vida normal hasta el mismo día que me puse de parto, subiendo al tercero sin ascensor cargada hasta los dientes con la compra, subiendo a la azotea cargada con el barreño lleno de ropa para tender, también andaba bastante, pues casi todos los días iba a ver a mi madre para echarle una mano ya que estaba muy delicada de salud, el trayecto era desde levante a la calle mucho trigo en el barrio de San Pedro, creo que hacia un buen ejercicio sin duda alguna.

El día de antes del parto, habíamos ido a encargar la cuna que nos había gustado, en una tienda que había frente a los Padres de Gracia de cuyo nombre no consigo acordarme, en una tarde de bastante calor propio de Córdoba en los primeros días de agosto.  Nos acompañaron unos buenos vecinos y amigos Pepi y Juan, a Pepi tengo que agradecerle su inestimable ayuda los días siguientes al parto, en ausencia de mi madre por motivos de salud, ya que fue ella la que estuvo pendiente de mí y del niño en todo momento, de hecho ella fue la primera en bañarlo, y muchas más cosas que tengo que agradecerle. La tarde del 6 ya me notaba yo dolores sobretodo lumbares, siendo primeriza no tenía ningún miedo al parto por la propia ignorancia pues no sabía cuánto podía doler aquello, yo siempre decía que si las demás podían yo también- a medida que iba entrando la noche, -por cierto noche de luna llena- los dolores se agudizaban.  Paco y yo nos íbamos poniendo nerviosos aguantamos hasta cerca de las seis, había llegado el momento tan esperado, cogimos los “bártulos y nos encaminamos en el viejo y llamativo seiscientos, -digo lo de llamativo porque tenía tres rayas blancas en el centro del techo que lo atravesaban, destacando sobre el tono azul azafata del coche-, con lo cual todos los amigos y conocidos nos divisaban desde lejos, luego, no podíamos ir de incognito a ninguna parte nos encaminamos hacia el hospital que había frente a la antigua estación llamado “La Purísima” me tuvieron sin hacerme nada a pesar de que los dolores eran insoportables, hasta que llego la matrona cerca de las once. La buena señora en cuestión era una mujer de complexión fuerte, y para que ocultarlo bastante bruta. Como yo no había roto aguas la señora la  rompió de una tacada con un instrumento que más parecía la vara de un picador, y no sin esfuerzo, sus palabras fueron, -anda que se te iba a caer a ti el niño- poco a poco fui dilatando a fuerza de unos dolores horribles, era como si me estuvieran arrancando las entrañas, -dios que cosa-, con razón dicen que si los hombres tuvieran que parir solo lo harían la primera vez, puede que sea exageración, ya que habrá hombres más duros que otros igual que hay mujeres más quejicas  y otras más sufridas, el caso es que entre fuertes dolores y los achuchones que la robusta matrona me daba en la parte superior del abdomen para bajar al niño que parecía no quería salir, -yo creo que se olía el calor que le esperaba- por fin sobre las doce de la mañana pudo salir, ¡ay! que alivio, momentáneo, pues los puntos que me dieron a “pelo” es decir sin anestesia, también fue  un regalito, pero ya nada importaba, miraba y remiraba a mi niño, a mi pequeño. Su padre y yo nos mirábamos pensando en el milagro que es la vida, con las caras de satisfacción que ponemos todos los padres, primerizos ¡o no!

Sobre las cuatro de la tarde en el sopor de la siesta, de pronto siento que se mueve la cama, yo pensé que era Paco que estaba sentado a los pies, pues yo estaba agotada y medio dormida. -¡Niño no me muevas la cama! antes de que le diera tiempo a contestarme que él no se había movido, las monjas gritaban corriendo por los pasillos, ¡terremoto, un terremoto! Paco se asomo a la ventana que daba a la calle, el cielo se había puesto de un color pardo muy extraño, como decimos por aquí -color panza burra- y una ventolera haciendo remolinos con los papeles y hojas que se le ponían por delante, cual si de un tornado se tratara, afortunadamente pasó muy pronto, y yo no soy nada asustadiza.

Francisco José, o Paco, fuiste lo que se dice un niño  buenísimo, comías y dormías sin que te molestara ningún ruido por fuerte que este fuera, te sentaba en el parque con cuatro juguetes y no había niño, aprendías rápido, demasiado rápido diría yo, con el año ya empezabas hablar casi perfecto cosa que llamaba mucho la atención, es cierto que te hablábamos mucho, y tú eras super listo lo cogías todo al vuelo. Con las comidas si me diste muchos problemas, pero algo tenias que tener, también eras super dormilón, en eso saliste a tu madre, yo era muy dormilona, a mi madre le costaba trabajo levantarme a la hora del cole, igual que me pasaba a mi contigo. En definitiva fuiste un niño fácil de criar, a pesar de lo bueno que eras nos diste bastantes sustos que no voy a relatar pues esto sería larguísimo, y porque algunos prefiero no recordarlos. También eras super simpático y alegre, de sonrisa fácil, como yo. Físicamente te pareces más a mí, aunque tu padre siempre ha sido más guapo que yo, todo hay que decirlo.

Tengo grabada en la mente la cara que pusiste cuando nació tu hermano Gabriel y te llevo papa al hospital a vernos, te pusiste muy serio, llegue a sentir remordimientos, pues pensé que te estábamos haciendo daño, tu mirada triste y de interrogación, como diciendo ¿y ahora qué? ¿Qué va a pasar conmigo? Me dio mucha penita. Seguramente  pensarías que aquel pequeño elemento desconocido, te iba a quitar tu reinado, o que te íbamos a querer menos, ya que hasta entonces tú habías sido el centro de atención de toda la familia, durante siete años. Pero tengo que reconocer que te portaste muy bien, lo cuidabas siempre que te lo decía, y eras cariñoso y super protector con él, como corresponde al hermano mayor. Nos hubiera gustado que terminaras una carrera, no  quisiste, y creemos que fue un error por tu parte, nosotros te dimos la oportunidad, porque tenías unas condiciones para el estudio extraordinarias. No pudo ser, los padres no podemos conseguir todo lo que queremos de los hijos, que le vamos a hacer.

El caso es que has llegado a la edad de treinta y seis años, eres todo un hombre trabajador, honrado, y buena persona. Para unos padres es la mejor tarjeta de presentación que puede tener un hijo, has sabido formar una preciosa familia,  para disfrutarla.

 La vida sin metas y sin argumentos suficientes es insípida, tú tienes tres argumentos importantísimos por los que luchar, y considerarte un hombre muy afortunado teniéndolos.

Deseo que la vida te premie con salud, amor y amistad, y como no, en los tiempos que corren con trabajo.

Para mí siempre serás “mi pequeño, mi niño”. Algunas veces me has llamado “Mami” quiero que sepas que me hacía mucha ilusión ese diminutivo, no sé porque, pero me gusta, me hace sentirme bien.

No olvides nunca, que tu padre y yo te queremos muchísimo, y que siempre estaremos cuando nos necesites.

Muchas felicidades hijo, y que cumplas muchos más.