Ring, Ring, Ring, ¡no, no, todavía no! Saco el brazo y apago
el aparato “martirizador” o despertador, que pena, aún tengo sueño. Me
desperezo, y acaricio mi almohada aún caliente, siento la imperiosa tentación de
volver a acomodarme entre las sabanas, pero desgraciadamente, no me lo puedo
permitir. No lo pienso más, de un impulso salto de la cama, y dando tumbos, me
dirijo al cuarto de baño, con los ojos a medio abrir, casi palpándolo abro el
grifo de la ducha, entro en el rectángulo
y cierro la puerta corredera, dejo correr el agua unos segundos, y respirando
hondo me dejo inundar, durante unos segundos.
Es una de las pocas cosas agradables con la que comienzo a
afrontar el nuevo día.
La segunda, una taza de buen café solo con unas gotas de
leche, su aroma y el efecto que hace en mí, es similar a la de una radio al
ponerle las pilas nuevas. Han sido solo unos instantes de relax, pero
imprescindibles. Después, todo son carreras. Hacer la cama, vestirme pintarme
un poco la cara, solo por estética, pues lo de la coquetería ya quedo atrás
hace mucho. Recoger alguna cosa olvidada por la noche en el salón y colocar
bien los cojines del sofá. Una de las pocas cosas buenas que tiene estar sola, es que nadie me altera el orden de
las cosas, solo yo, tampoco vendrá nadie a hacerlas, solo yo.
Cojo el bolso, busco las llaves, si, están aquí, me pongo el
abrigo, salgo rápidamente y a correr. Llego a la parada del metro. Espero,
inmediatamente llega. Por unos instantes veo mi imagen reflejada en los
cristales, no me reconozco, no me gusto nada, hubo un tiempo en que me sentía
bien mirándome, ahora a mis 48, para nada. Entro entre empellones, consigo un asiento,
respiro hondo, otros minutos de relax. Miro a mí alrededor, y veo las mismas
caras de todos los días. El señor bajito con ganas de charlar al que todos
damos de lado, pues es un poco pesado.
La mayoría estamos sumidos en nuestros pensamientos, yo
particularmente prefiero observar. La señora mayor que cuida de una anciana. Lo
sé porque siempre se junta con otra amiga que es enfermera, y no paran de
hablar todo el rato (Se ve que su café es
mejor que el mío, y están más despejadas), la enfermera le cuenta a su vez
episodios ocurridos en el hospital donde trabaja.
Un par de abuelos que van a recoger a sus nietos para
llevarlos al colegio, uno es muy simpático y gracioso, el otro aprovecha
cualquier oportunidad para sacar a relucir sus batallitas de juventud, —por lo que se deduce es que sigue
añorándolas—.
Siempre he sido
muy observadora, y me llama la
atención sobre todo los ojos de las personas, por ejemplo: estos dos abuelos,
tienen la mirada apagada y demasiado serena por el paso de los años, cuantas
cosas habran visto sus cansados ojos. En cambio la de los jóvenes que se suben
a la misma hora, tienen la mirada limpia, transparente, y diría yo que
ardiente, con el fuego que dan las neuronas jóvenes, —o al menos a mí me lo parece—.
Jóvenes de ambos sexos, entran a diario a esa misma hora, ¡cómo
cambian las conversaciones! La mayoría van a los institutos con la mochila
cargada de libros. Ellos hablan de los
temas que les ha puesto el profe, algunos no tienen el menor pudor y se
refieren algún profe como, —el hijo puta
ese, se nos quiere cargar— o se
refieren a sus padres como —mis viejos—.
Los lunes el tema es el fin de semana pasado, —lo pasamos de puta madre, te lo perdiste— se lo restriegan a
alguno que no estuvo en su movida. Acto seguido los chicos hacen un aparte y
las chicas otro, bajan la voz y solo cogemos alguna que otra palabra, como: —Estaba buenísimo, o —No veas cómo estaba la chavala de caliente. o —Nos pusimos ciegos— ¡Pero no especifican
de qué! El vocabulario de la mayoría es más que elemental. Solo hay dos, que se
distinguen de los demás por sus conversaciones más trascendentes, más de una
vez los he oído hablar de política, de cómo está el país, del futuro incierto
que tienen por delante, etc., estos dos siempre van más apartados de los otros,
aunque he notado que uno de ellos mientras habla no deja de mirar a una de las
chicas del otro grupo, y como ella, le devuelve la mirada, acompañada de una
semi sonrisa a lo Gioconda.
Luego están los que se absortan leyendo el periódico. U otros,
escuchando música en las diminutas radios que llevan en el bolsillo que no sé
cómo demonios se llaman, quizás Mp3, no lo sé exactamente, yo me pierdo con las
nuevas tecnologías, reconozco que estoy un poco anticuada.
Otra chica un poco mayor que los otros siempre lee un libro.
Ah, me olvidaba de una señora que me hace mucha gracia, pues desde que entra se
sienta, acomoda la postura y se duerme, y no se despierta hasta que llegamos a
su parada, y con el tiempo justo se baja tan tranquila. ¡Tiene un dominio del
tiempo increíble, la jodia! Luego están los inusuales que no los vuelves a ver.
Los asiduos a esa hora se van dispersando cada cual se
dirige a sus respectivas obligaciones. Con la resignación que da el trabajar o
estudiar, por obligación, muchos tienen la suerte de hacer lo que les gusta la
gran mayoría no.
Estoy segura que muchos son mediocres porque no encuentran
placer en sus trabajos, en otros más adecuados a sus habilidades serian felices
y brillantes.
No pesa el trabajo pesa que no sea el que nos gustaría.
Quiero decir que no todos están donde debieran estar. Pero así funciona esta
sociedad. La rutina diaria se hace tediosa, pero hay veces en la que echamos de menos las caras conocidas, la
sonrisa acompañada de los buenos días, algún comentario con los más afines, de
cómo está la situación en el país, ecte…
En fin, que si nos paramos un poco a pensar, el noventa y cinco
por ciento de nuestra vida es pura RUTINA.
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