sábado, 28 de agosto de 2010

ALEJANDRO


El viernes diecinueve de junio de dos mil nueve, Paco y yo habíamos ido al Museo Arqueológico y Etnológico Provincial de Córdoba, a disfrutar de un concierto en el cuál tocaba nuestro hijo Gabriel que es músico. El concierto estuvo bastante bien, y fue del agrado del numeroso público que llenaba el hermoso patio principal del museo. La nota discordante, fue el intenso calor que todos aguantamos estoicamente, incluidos los músicos, a los que el sudor se les metía en los ojos con las consiguientes molestias para ellos, aunque su buen hacer fue recompensado por un público entregado.

Paco y yo regresamos a casa recorriendo el largo trayecto en el coche de San Fernando, un ratito a pie y otro andando, atravesando la ciudad por el casco antiguo, por calles que nos han visto crecer.

Llegamos al polígono de Levante, que es donde tenemos nuestro humilde hogar, sobre la una y media aproximadamente tomamos unas frutas y un vaso de leche y nos fuimos a dormir. Y cosa rara en mí quedé profundamente dormida, seguramente debido a la larga caminata, y a un horario al que no estoy acostumbrada. A las dos treinta nos despierta el timbre del teléfono. Sobresaltados, nos incorporamos los dos a la vez, como movidos por un resorte. Era mi hijo Paco, el mayor, el que llamaba. Su mujer Encarni se había puesto de parto, estaban en el hospital, mi hijo Gabriel, el músico acababa de entrar en ese preciso momento. Nos vestimos apresuradamente un tanto nerviosos, más por la emoción que por otra cosa, pues ya tenemos la experiencia de cuando nació Claudia, nuestra primera nieta.

Sabíamos que nos esperaban unas cuentas horas dando paseos por la sala de espera, nosotros tres junto a los padres de Encarni y sus dos hermanos.

A las seis y media de la madrugada, mi hijo salió para comunicarnos que Alejandro, acababa de nacer, y lo pudimos ver en la pequeña pantalla del teléfono móvil, llorando a pleno pulmón, al pobre le habían hecho una putada, con lo cómodo que estaba él en el vientre materno. Pero como buen humano pronto se recuperó. Afortunadamente todo salió bien, y nuestras caras habían cambiado notablemente, de la tensión y una cierta preocupación, que todos disimulábamos lo mejor posible, hablando de banalidades y recordando el nacimiento de Claudia, que por cierto fue bastante más largo, hasta el punto de ponernos nerviosos. Al final todo salió perfecto y Claudia ya tiene dos años y medio, y está preciosa.

Después de hablar con mi hijo y saber que el niño y la madre estaban bien, nuestras facciones habían pasado de estar tensas, a un estado eufórico. Es increíble lo versátil que puede llegar a ser el rostro humano. Con la alegría palpándose en el ambiente, volvimos a esperar otra hora, para poder verlos a los dos pero ya tranquilos y felices.

Para mí era muy importante conocer a mis nietos, por la sencilla razón de que yo tuve la desgracia de no conocer a ninguno de mis abuelos, lo cual no puedo decir que me traumatizara, pero sí que los eché muchísimo de menos, ya que todas mis amigas hablaban y hablaban, de su abuelos y a mí me daba mucha envida -sana por supuesto-. Afortunadamente mis dos nietos, al día de hoy, disfrutan de los mimos de sus cuatro abuelos.

Alejandro, me recuerda mucho a su padre, cuando está dormido nos regala una dulce sonrisa de satisfacción, claro está, después de haberse zampado el fruto de los pechos, que su madre pacientemente le ofrece.

Alejandro al igual que su hermana Claudia, ha sido un niño deseado, yo pienso que todos los niños debían de ser deseados de esa manera, quizá se evitarían muchos casos malos tratos en la infancia, por padres que se ven desbordados por graves problemas, y su sistema nervioso se les desboca, porque quiero creer eso antes que pensar que también existe la maldad, algo que no puedo asimilar tratándose de niños.

Todos hemos sido niños y hemos sentido el cariño de nuestros padres. Aun en la máxima pobreza, cualquier niño se hace fuerte si cuenta con el cariño de sus progenitores, o de alguien que se ocupe de ellos y les transmita amor y seguridad. Todos los niños necesitan sentirse seguros, es la única manera para crecer sin complejos y desarrollar su completa personalidad.

Mis nietos son afortunados, pero por desgracia hay miles de niños en el mundo que no tienen esa suerte.

Bienvenido a la vida Alejandro. Tu abuela Conchi.

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