Con el estío, llegaron las tan esperadas “vacaciones”. Desde hace años, parece que es obligatorio salir de viaje, sino parece que no estás de vacaciones. Bueno, haciendo un poco de historia, remontémonos al origen; parece ser que en la edad media, los jueces, se otorgaban a sí mismos unos días de descanso debido a la falta de trabajo en los días veraniegos. A esta costumbre pronto se le sumaron los miembros del clero, (que son los más listos) dando pie a las vacaciones escolares. Más tarde sobre el siglo XVIII fue la aristocracia francesa, la que se desplazaba en los veranos a la champaña francesa, iniciándose a si el “turismo moderno”. Poco a poco con el paso de los años, se fue poniendo de moda, incluso las clases medias con la llegada del ferrocarril podían irse a visitar a sus parientes a los pueblos cercanos. Pero las vacaciones tal y como las conocemos ahora fueron aprobadas por el gobierno del Frente Popular francés un 7 de junio de 1936. Los acuerdos en derechos sociales marcaban un antes y un después para la clase trabajadora. Entre otras la jornada laboral de 40 horas, y las primeras vacaciones pagadas, que en un principio fueron de dos semanas. Después de la Segunda Guerra Mundial, esta medida se extendió por todos los países.
Después de este breve repaso a los comienzos, volvemos a la actualidad. Vacaciones fuera de casa, si claro, a quien no le gusta viajar y conocer mundo, ¿Pero, podemos costeárnoslas? -está claro que con la actual crisis muchos no-. Por lógica, cada uno se va según su economía, y otros muchos miles, sencillamente no se van. Unos días, una semana, los más afortunados un mes, el destino: de la gran mayoría, la playa, otros optan por el campo, o el turismo cultural de otras ciudades, ya sea en la península o en el extranjero. Nuestro cuerpo nos lanza una señal de alarma, con síntomas suficientes, sentimos languidecer por el calor sofocante que padecemos en algunas ciudades como la nuestra, sentimos como nos cuesta trabajo hacer la rutina diaria, aun siendo benévola, hasta nuestra mente funciona un poco al “ralentí” nos apetece coger las maletas y largarnos a algún sitio más fresco, o simplemente no hacer nada, -esto último es sin duda lo más barato, y cómodo -.
Sin ninguna duda todos tenemos derecho a unas merecidas vacaciones, a ese tiempo de relax que tanto necesitamos para salir de la rutina que se hace a veces tan pesada. Otra cosa cierta es que los que más cansados están a causa de un durísimo trabajo, y que deberían poder gozar y ser los primeros en tener unas largas vacaciones, son los que menos se las pueden permitir. ¿Injusto, verdad? pero cierto. Muchos de los que peinamos canas, (ya muy teñidas), y además éramos de familias obreras, no conocimos el término “vacaciones” como salida a otros lugares, hasta muy creciditos, nuestras vacaciones eran solo las que nos daban en el colegio. También eran muy celebradas. El curso era largo, y el verano mucho más divertido.
Acaso ¿estábamos traumatizados por ello? ¡pues no! no se echa de menos lo que no se conoce. Teníamos muy claro desde bien pequeños que no podíamos pedir lo que sabíamos que no nos podían dar. Era así de simple. Los niños son mucho más inteligentes de lo que nos podemos imaginar, y asimilan mucho mejor que los mayores cualquier situación adversa que se pueda presentar, eso sí, si se le dan razonamientos, porque no son tontos.
De lo único que disfrutábamos en aquella época, “era del cine de verano”, “las pipas de girasol”, “las chufas”, “los altramuces”, y “del agua fresca del botijo”, no, que no, que no había coca colas ni ningún otro tipo de refresco, bueno si, estaban las gaseosas, pero solo llevábamos agua en pequeños botijos. Ya nos sentíamos bien contentos solo viendo una película a la luz de las estrellas. Las películas nos transportaban a lugares lejanos y exóticos, viajábamos con el pensamiento, y éramos los protagonistas. Y es que no hay nada mejor que la imaginación para poder soñar despierta y disfrutar de aventuras que nunca llegaran a ocurrir, ¡o si! Quién sabe.
Volviendo a las tan cacareadas vacaciones actuales. Cuando ya la gente viene de sus viajes y se reincorporan a sus respectivos trabajos, sobretodo ya pasado agosto, nos recalcan una y otra vez lo maravillosas que han sido, y si les dices que no te has ido a ningún sitio, te miran como si fueras de otro planeta, o algo por el estilo, seguro que solo cuentan lo bueno,- faltaría más-, pero casi siempre hay algo que no es tan idílico que se queda almacenado en el disco duro de su intimidad, y hacen muy bien. Es sobre todo, en el mes de septiembre cuando ya se empieza a escuchar por todos los medios de comunicación -yo creo que es un invento de todos los medios-, lo del “síndrome postvacacional” ¿Dios mío que es eso? ¿Pregunto? Se supone que te has ido a descansar o a disfrutar de unos días “culturales”, que no creo que tampoco estrese mucho que digamos. Me parece tan absurdo como lo de “la depresión posparto”, se que existe y que les pasa a muchas mujeres, pero yo no lo entiendo, salvo que sea un niño no deseado, o su situación económica sea muy grave, y el peso de la responsabilidad la abrume hasta ese extremo, si no, no logro entenderlo.
Casi siempre el que más se queja es el que más días y dinero se ha gastado. Es algo para mí incomprensible, yo que de niña no iba ni a la feria porque la economía de mis padres no se lo permitía, y ellos con buen criterio no nos llevaban, pues “ojos que no ven…” ya sabéis. No nos paso nada hemos crecido sanos y fuertes de cuerpo y de mente.
Mis primeras vacaciones fueron el primer año de casada que fuimos a “Chipiona”, y a partir de ahí unos años sí, y otros muchos no. Después con el paso de los años y siempre según el bolsillo, hemos viajado bastante, dentro y fuera de España, no nos podemos quejar.
Ahora nuestros viajes son muy cortos, apenas cuatro o cinco días varias veces al año. Será porque en la casa tenemos todo lo necesario para entretenernos y estar cómodos, “buenos libros”, “buena música”, “internet”, “paseos mañaneros”, nos gusta poco trasnochar, nos estamos haciendo muy mayores, y cada vez mas acomodaticios. Últimamente nos gusta más los viajes casi improvisados, digo casi por que lo decidimos sobre la marcha. Evitamos los sitios de grandes aglomeraciones como son las playas en agosto. Lo cierto es que nos cuesta trabajo sobre todo arrancar.
Pero de ahí a decir que cuando vienes -se supone de pasarlo bien-, te sientes depresivo, digo yo que entonces ¿para qué te vas “tontolaba”? Y para no ser menos, también esta traumatizado el que no se puede ir, porque envidia al que se va “válgame Dios”.
Que cada cual haga lo que le venga en gana, sin preocuparse del vecino, simplemente descansar de una rutina diaria, ya es un regalo. Bienvenido sea.
Buen verano, con o sin vacaciones, viajeras.