“Cementerio”,
llamado también “Campo Santo”
“Necrópolis” nombre más común sobre todo para los arqueólogos, “Al Macabra”
al igual que “Rawda” o en castellano “Rauda”, es la definición de cementerio para
los musulmanes. El caso es que hay mucha gente que tiene “yu, yu” por no decir una fobia exagerada, a los temas mortuorios.
Por alguna razón que desconozco, nunca me han dado miedo. Cuando
yo era pequeña escuchaba muchas veces de boca de la gente mayor casos escalofriantes
de personas, que al cabo de muchos años después de su muerte, se encontraban con que el cadáver estaba en
posturas que no eran las normales al ser enterrados, también los féretros
arañados, lo que significaba que por alguna causa los habían enterrado vivos
creyéndolos fallecidos.
Otros casos que se daban por el mismo motivo, era que estando
velando al cadáver, éste se movía sentándose en el ataúd con cara de póker al
no entender nada, mientras los familiares y amigos huían despavoridos entre
gritos de horror. Luego venían los chistes a costa del falso difunto. O
canciones como la de Peret, “Y no estaba muerto, no, no, y no estaba muerto”
etc.etc. … El ingenio surge de cualquier cosa, incluyendo las más dramáticas,
siempre ha sido así, y así seguirá por los siglos de los siglos.
A mi aquellas historias me daban, más que miedo, una claustrofobia
de pronóstico reservado, desde pequeña,
mi madre me pedía que acompañara a mi tía Magdalena al cementerio en tiempo de
vacaciones, para que esta no fuera sola y yo le sirviera de alguna ayuda. Lo
cierto, es que íbamos todas las mañanas
veraniegas al cementerio. Mi tía había perdido además de a sus padres, mis
abuelos paternos, a un hermano, mi tío Curro. Mi tía quedo viuda en plena
madurez, pero la vida le tenía reservada otra tragedia mucho peor, la muerte de
su hijo Pepe de una tuberculosis, a la edad de 24 años, ninguna persona está
preparada para una desgracia tan tremenda, simplemente después de ese drama
solo se sobrevive.
Para mi tía, era una necesidad o un consuelo dentro de lo
que cabe, ir a diario al cementerio, a limpiar las lápidas, sobre todo la de su
querido hijo, a la que le ponía algunas flores. Ya limpia la lápida, se sentaba
en el filo de la piedra y le rezaba unas oraciones en voz baja (ahora que lo pienso, realmente nunca le
llegue a escuchar lo que decía), en realidad podía muy bien en vez de
rezos, estar maldiciendo a la vida e incluso a dios por todas sus desgracias, y
estaría en todo su derecho la pobre mujer.
Ella hacia todo el ritual de limpieza, colocación de flores
y rezos, o lo que fuera. Mientras mi tía pasaba el rato con sus dolorosos
recuerdos, yo me paseaba por entre las lapidas leyendo los epitafios, y sobre
todo las edades, me sobrecogía cuando descubría las que pertenecían a niños, o
a jóvenes, era algo que no llegaba a asimilar, comprendía que todos tenemos que
irnos algún día, pero no a esas edades cuando aun no se ha tenido tiempo de
vivir, era algo incomprensible para una mente infantil, aun hoy a mi edad, me
parece cruel e inhumano. La vida nos sobrepasa en esos temas, pero nadie puede
hacer nada y nadie está libre.
Enseguida me vino al recuerdo una de las veces en la que
caminaba con mi tía camino del cementerio. Ese día se habían empeñado mis dos
hermanos -mayores que yo- en acompañarnos. Al pasar a la altura del matadero
municipal, sentimos un rumor alarmante, nos volvimos y vimos con estupor y
pánico que se habían escapado dos toros, (tengo
que decir que en aquella época ocurría con cierta frecuencia, ya otra vez,
paseando por la ribera con una amiga sufrimos otro susto que nos hizo volar más
que correr) mi tía que tenia la pobre un problema en una pierna, corría sin
poder tirando de mi mano, o más bien yo tiraba de ella, no lo sé, mi tía a la
vez que corría renqueando, le gritaba a mis hermanos para que volvieran, pero
ellos ya no la podían escuchar, pues habían salidos disparados detrás de los
toros sin escucharla. Los toros afortunadamente se fueron en dirección
contraria al cementerio que era nuestra dirección, nosotras corríamos como
posesas para llegar al cementerio que ya estaba muy cerca, a mis hermanos los
dejamos de ver en unos minutos, la pobre de mi tía sufrió lo indecible pensando
lo que le podía pasar a los insensatos de mis hermanos. Al final todo acabó
bien, nadie sufrió ningún percance, mis hermanos tuvieron su aventura
particular de la que presumían con los amigos, a mi tía le duro el susto unos
días, y le dijo a mi madre que a los niños no los llevaba más. Para mí también
fue una pequeña aventura, que me hizo desear ser un niño para haber hecho lo
mismo que mis hermanos.
El cementerio no era para mí nada anormal, de ahí que no me
importara ir con mi tía, las veces que me lo pidiera.
Hay un precioso relato corto, creo que es de Jorge Bucay,
aunque no estoy segura, que trata de un cementerio en el que las fechas de la
muerte eran todas de gente muy joven la mayoría
niños, tres, cinco, siete, diez, doce, catorce y poco más, incluso
meses. Llegando a esa ciudad un señor que le gustaba visitar los cementerios de
todas las ciudades, quedose sorprendido al comprobar esa cantidad de niños
fallecidos, intrigado pregunto a la primera persona que vio, ¿por favor, podría
decirme que hecho desgraciado ocurre en esta ciudad, para que todos los
difuntos sean niños? ¿Es que ha habido alguna epidemia, que solo ha afectado a
los niños? El señor interpelado lo tranquilizo diciéndole; no se preocupe señor
enseguida se lo explico; en esta ciudad, existe una costumbre ancestral que
consiste en que desde que se tiene uso de razón, hasta el final de la vida se
apunta en un libro virgen, el tiempo en el que verdaderamente se ha sido feliz,
uno, dos, tres, los que sean, al morir los familiares suman minutos, días,
semanas o meses de los días felices y el resultado es el que se pone. Porque la
vida puede ser muy larga, pero los días felices son muy pocos.
Este relato nos lo leyó la profesora de yoga mientras
estábamos en la relajación, y a mí me encanto, por su originalidad y veracidad.
Con esto termino, deseando a todos los que podáis leer estas líneas, que
vuestros días felices sean tan largos como días vividos.
Y como dice mi maestra de yoga, PAZ PARA TODOS.