Como a la gran mayoría, nadie me pidió permiso para hacerme cristiana, entre otras cosas porque no tenía edad para comprender, simplemente me hicieron “cristiana”, como hacían con todos los niños a los pocos días de nacer. En esa época como en tantas otras, era lo que tocaba. Durante la Republica, únicos años en los que las familias podían bautizar o no a los hijos, se podían divorciar o no los que quisieran, no se perseguía a los homosexuales, entre otras muchas cosas beneficiosas para la ciudadanía, no en balde era la más avanzada de Europa, pero tuvimos la mala suerte de que durara tan poco, gracias a los de siempre a los intolerantes, retrocedimos en el tiempo y en la modernidad democrática. Todo volvió a ser como antes, tanto para los creyentes como para los no creyentes, era obligatorio bautizar, a todos los niños a los pocos días de nacer, yo recuerdo que era costumbre, que la mujer recién parida no saliera a la calle con su hijo, hasta que este estuviese bautizado. Las cosas cambiaron ya entrada la democracia.
Han pasado muchos años y seguimos haciéndolo, nosotros a nuestros hijos y ellos a su vez a los suyos, por inercia, por costumbre, o en algunos casos por no dar un disgusto a los padres o abuelos, es algo absurdo, cuando no se tiene eso que se llamaba y se llama, verdadera fe, o lo que es lo mismo “fe ciega” que no era otra cosa que un invento para que los individuos no nos cuestionáramos, multitud de contradicciones que la misma biblia tiene. No en vano la escribieron los hombres, y hay variedad de versiones.
De todas formas, tengo que reconocer que hay curas que tienen los pies en la tierra, y saben que no es mejor persona, quien va mucho a misa o frecuenta la Iglesia en demasía, es mucho más sano ser mejor persona, que un beato hipócrita.
Empecé a ir al colegio a los cinco años, colegio del Estado, solo para niñas, los niños iban a otro solo para chicos, era lo que había. Dirigido solo por profesoras, o maestras, como se decía en mi época, el problema es que estaba super controlado por la Iglesia. Yo no podía elegir si quería o no, ir a misa, si quería o no, aprender el catecismo, si me apetecía o no, rezar el rosario todas las tardes en el colegio, perdiendo nuestro tiempo en algo que ya sabíamos de memoria. Tiempo con el que podíamos haber aprendido muchas cosas más útiles para nuestra formación. No pudo ser.
Ni que decir tiene, que ni mis padres ni los de los demás niños, tampoco podían decidir si querían aquella comedura de coco para sus hijos, posiblemente muchos estarían encantados, pero no era el caso de los míos, afortunadamente. En mi casa se hablaba de política y de las muchas barbaridades que se habían cometido en la guerra y en la posguerra, y de como la Iglesia se puso del lado de los que vulneraron la legalidad instituida por el pueblo soberano, cierto que también hubo curas que no secundaron la vergonzosa actuación de la Iglesia oficial, e incluso ayudaron dentro de sus posibilidades, pero estos eran una minoría, y eran absorbidos por el poder de la Iglesia que era insalvable. Tampoco los maestros y maestras podían elegir, si querían dar religión, era si, o si. Si alguna tenía o no, otras ideas más progresistas, se las tenían que callar, guardar para sí, o sólo hablarlas en círculos muy cercanos o afines.
Solamente “Lutero” teólogo alemán, en el siglo XVI, se atrevió a discrepar abiertamente de la Iglesia, enfrentándose a la jerarquía, de una Iglesia que no tenía el menor escrúpulo en cobrar “bulas” e “Indulgencias” con el pretexto de recaudar fondos para la construcción del “Vaticano” y la basílica de “San Pedro”, algo que a Lutero le parecía inmoral, y no cabe duda de que lo era. Lutero se inspiro en las tesis de Erasmo de Rotterdan —por cierto hijo bastardo de un sacerdote—, Erasmo consideraba que la Iglesia se había quedado anclada en el Medievo, y reclamaba, una Iglesia donde hubiera más libertad de pensamiento, tesis que lógicamente la Iglesia no podía compartir pues veían en peligro su hegemonía. Enrique VIII también se enfrento la Iglesia, pero este por motivos personales, al negarle la Iglesia el divorcio de su esposa Catalina de Aragón, para poder casarse con Ana Bolena.
Las “Indulgencias” era un invento como tantos otros que se sacaban de la manga, con el único fin de incrementar su patrimonio -que viendo el resultado, les ha ido de maravilla como todos sus inventos-. Según ellos, el que pagaba (a buen precio, claro). La “Indulgencia” se le entregaba un documento, -para darle más realismo al asunto- donde se eximía al alma, de pasar por el purgatorio. El incauto que picaba, que eran muchos pues sabían del inmenso poder de la Iglesia, además de pagar un alto precio, se iban tan contentos, -imagino que para poder seguir pecando tranquilamente-.
En mis recuerdos de niña, están grabadas esas dos palabras, sobretodo la más común, que era la de la “Bula” ya que las indulgencias solo eran para los pudientes a los que la Iglesia les podía sacar “una buena tajada”. Cuando llegaba la Cuaresma y sobretodo “Semana Santa” el Jueves y el Viernes Santo, no se podía comer carne, salvo que se le pagara a la Iglesia, la dichosa “Bula” que claro solo pagaban los ricos, pues la gente humilde no podía, como tampoco podía comprar carne la mayoría de las veces. En mi casa, la carne se comía de tarde en tarde gracias a unas cuantas gallinas que teníamos, que además nos proporcionaban los nutritivos huevos. En las conversaciones de los mayores que yo escuchaba, oía como criticaban a la Iglesia, por la desfachatez que esta tenia. “Si pagas, puedes comer carne, si no es pecado” ¡anda y que les den! Pero al final, el jueves y viernes, tocaba espinacas, potaje con bacalao, o bacalao frito, y no por que la Iglesia lo mandara, sino por respeto a sus ancestros, ya que la Iglesia no tenía potestad dentro de las casas -solo hubiera faltado eso-.
Cuantas charlas y sermones, me tuve que tragar en seis años que duró mi paso por el colegio, no solo los de la Iglesia, como hubiera sido lo normal, pues no, los curas tenían que meterse en el colegio, imagino que cuando le venía bien al párroco de San Pedro, Don Julián, que parecía que el propio Dios lo había nombrado tutor, de todo el colegio, -seguramente no quería que ninguna se descarriara-. Pues éste, se presentaba cuando le venía en gana, es decir cualquier día a cualquier hora. Tampoco tenía ninguna prisa, -luego pienso, que iba allí a pasar sus ratos libres-. Nos obligaban a confesar todos los sábados, para poder comulgar los domingos en la misa de doce. Visitar el sagrario todos los primeros viernes de mes, (nunca supe qué sentido tenía eso).
Nos atemorizaban continuamente, con el “pecado mortal” (que al parecer era mucho más gordo que el venial). Las niñas nos hacíamos un lio, pues no sabíamos muy bien cuales eran unos y cuales otros, y no menos lio con lo de la “Santísima Trinidad” nosotras creíamos que era una “señora”, pues no, no lo era, según ellos eran tres; “El padre, el Hijo y el Espíritu Santo” pero que en realidad eran uno solo. Como comprenderéis eso ya era difícil de digerir, y la mayor de las incongruencias, yo creo que ni ellos mismos se aclaraban, solo hacía falta que hiciéramos algunas preguntas lógicas para que rápidamente cambiaran de tema, lo que nos dejaba más confundidas si cabe. Pero donde dejamos, “El Alma” y el “Espíritu” nadie sabía explicar muy bien que era el alma o el espíritu, estaba claro que era algo invisible e intangible, porque ninguna la podíamos ver, en eso llevaban razón, pero era tan difícil de creer como lo de la Santísima Trinidad, si hubieran sido cosas más normalitas, las hubiésemos entendido, creo yo. Y es que hay cosas que por más vueltas que les des, no tienen ni pies ni cabeza. Éramos niñas, pero no tontas.
Del mismo modo nos machacaban cada dos por tres con los famosos “Diez Mandamientos” que sinceramente creo yo, que nadie habrá cumplido nunca, al cien por cien, -vamos creo no, estoy segura-. El primero, nos decía que había que querer a Dios sobre todas las cosas, y yo me decía a mi misma -sin atreverme a decirlo nunca en voz alta claro- que yo quería más a mis padres, y a toda mi familia, incluso a mis amigas, y a mis maestras preferidas, todos eran visibles y tangibles, ¿cómo se podía querer más que a nadie, a alguien que ni siquiera se conoce? era todo tan absurdo. El segundo, mandamiento, era no tomaras el nombre de Dios en vano, bueno tampoco tenía muchos seguidores, pues yo recuerdo con qué facilidad la gente decía, “te lo juro por dios” ese juramento era mucho más falso que el que decía “te lo juro por mis hijos” eso ya era más serio y creíble. El tercero era “Santificarás el Día del Señor” bueno pues este solo era seguido por los más beatos, los demás pasaban del tema, como era el caso de mis padres. El más sensato era el de “Honrarás a tu padre y a tu madre” y fácil de cumplir por la gran mayoría. El quinto “No matarás”, éste era muy gordo, a las niñas nos daba hasta miedo, pero bueno, también era fácil de cumplir, siempre que no fueras un asesino, claro, y la verdad a nosotras nos quedaba, como muy lejano. El sexto, “No cometerás actos impuros” ¡huy! ¡huy! éste era un verdadero problema para todo el mundo, y éste sí que estoy segura de que nadie ha cumplido jamás, y cuando digo nadie es nadie, ahí entra lógicamente todo el clero, con Papas incluidos, pues la naturaleza no se puede reprimir por mucho que te dijeran que era pecado, véase si no los múltiples casos de pederastia dentro de la Iglesia, o en colegios religiosos. Por tanto, ese el más absurdo de todos. El séptimo “No robarás” este solo lo han cumplido las gentes honradas, y la Iglesia obviamente, no está entre ellas. El octavo, “No levantaras falsos testimonios ni mentiras” otro que es muy común incumplir. El noveno, “No consentirás pensamientos ni deseos impuros” prácticamente es igual al sexto, e igual de inútil. El decimo, “No codiciaras los bienes ajenos”, éste me parece un poco ambiguo, poco aclaratorio, y de difícil cumplimiento, porque desear mejorar nuestra forma de vivir y tener comodidades no quiere decir que codiciemos lo de los demás, solo queremos mejorar nuestra calidad de vida, eso ha pasado siempre desde que el mundo es mundo.
En fin, como podemos ver, algunas cosas eran un verdadero “comecocos” teniendo en cuenta que teníamos muy pocos años, aun así sabíamos en nuestro interior que eran cosas absurdas que nos hacían pensar una y otra vez tratando de entender algo, sin conseguirlo.
Como ya he dicho antes, el poder de la Iglesia es inconmensurable, lo ha sido siempre, lo más raro es que al día de hoy lo sigue siendo. Ya no hay la ignorancia de antaño, hay más gente culta, hay más información, más democracia, sabemos de las mentiras y de los negocios del Vaticano, sabemos que no pregonan con el ejemplo, nunca lo han hecho, porque de haberlo hecho no existiría ese imperio de riquezas. Sé que hay sacerdotes que se han mantenido más cercanos a los humildes, haciendo lo que se supone deberían haber hecho todos los que pertenecen a la Iglesia, algunas monjas también hacen una buena labor, estas buenas personas han hecho por su cuenta y riesgo una labor encomiable, tan lejana de la habitual, practicada por la Iglesia. Justo es decirlo.
A los de mi generación, nos crearon un caos mental que todavía nos dura, es muy difícil borrar de la mente lo que machaconamente nos introdujeron en el cerebro. Yo personalmente nunca he sentido apego a la Iglesia, de hecho cuando deje el colegio a los once años, deje de ir a misa, ya por fin nadie me controlaba, y como en mi casa mis padres no eran creyentes, no tuve el menor problema, pero si me gustaba entrar en las iglesias cuando estaban solas, me sentaba en un banco a meditar, y claro a pedir cosas a Dios, era tan cómodo, y relajante, pensar que alguien te iba a arreglar los problemas como por arte de magia. En aquellos años las iglesias estaban abiertas todo el día, podías entrar a cualquier hora, además de lo dicho antes, a admirar las obras de arte o simplemente a descansar o disfrutar de su frescor en verano. Ya no lo puedes hacer fuera del horario de misas.
Cuando digo que nos crearon un caos mental, que todavía nos dura, no miento, unas de las cosas que sigo haciendo es poner en navidad, el belén o “Misterio” -nunca mejor dicho- igual que mentalmente y aun a mi pesar, sigo diciendo ante algún problema de cualquier tipo, -Dios mío, que se arregle esto pronto- o -Dios lo quiera- es algo que no lo puedo evitar, para decir seguidamente, -pero que tonta soy, a estas alturas- son palabras que decimos sin darnos cuenta, porque están en nuestro cerebro, como si nos las hubiesen grabado a fuego, o con algún tipo de pintura de las que utilizan algunos grafiteros -magníficos por cierto–, pero que son imposibles de borrar, pues lo mismo nos hicieron a los de mi generación.
Mucha gente todavía no ha sabido salir del engaño, bien por comodidad o bien como ya he dicho antes, por la necesidad, que no es otra que la de “agarrarse a un clavo ardiendo” cuando todo se pone negro, cuando no se encuentra una salida a los problemas, la gente se encomienda no solo a Dios, sino a los Santos, -que son como una sucursal de Dios-. Yo confieso que también lo he hecho, por eso mismo siento un enorme respeto por los que aun lo hacen llevados por la necesidad, o porque realmente tienen esa fe ciega, y están en su derecho de creer, como en el de no creer. Para mí siempre lo más importante es la libertad del individuo, mientras que no mutilen la mía.
La vida me ha enseñado que solo con el esfuerzo se consiguen las cosas, pero la experiencia también me dice que el factor suerte es muy importante, pero para tener esa suerte, primero hay que haberse preparado con el esfuerzo personal, que nadie puede hacer por nosotros.
Ya es hora de que los gobiernos, sobre todo el nuestro, dejen de financiar a la Iglesia, y por supuesto a ninguna religión. Es una verdadera vergüenza, -como dice mi amigo Molón- que con lo que está cayendo, la Iglesia no haya tenido el menor pudor en no renunciar, a los “diez mil millones de euros” que percibe del gobierno español anualmente, ¡que se dice muy pronto! ¿Qué clase de cristianos son? Qué manera más obscena, de perder el rumbo que les marcó el que en su nombre crearon este imperio de grandezas,
La experiencia que dan los años son los que te hacen tener una verdadera visión de las cosas. Qué pena que no nazcamos ya con la experiencia incorporada.