Cuidado que tontería mas grande, los que sois de mi quinta lo tenéis que saber, afortunadamente ya apenas se oye, como no seamos las abuelas, que aun recordamos aquellos tiempos.
En mi casa por suerte mis padres no eran creyentes, tenían que entrar por el aro de que a sus hijos, los adoctrinaran en sus respectivos colegios, ya saben, las niñas con las niñas, los niños con los niños, faltaría más.
Mi madre a pesar de no creer, seguía con las tradiciones culinarias, mas por respeto a sus padres que por creencia que era nula. Por ejemplo; los viernes santos, se guardaba la vigilia, ya ves tú qué cosa, cuando en la casa de los pobres que apenas se comía carne, en mi casa algún que otro domingo caía alguna gallina de las que mi padre criaba, para abastecernos de los nutritivos huevos, y cuando dejaban de poner ya por viejas, esas pobres iban derechas al matadero, y poco ricas que las guisaba mi madre, se cambiaba la carne por bacalao o verduras, y los postres de esa semana solían ser natillas con galletas, o arroz con leche. A pesar de esas costumbres que pasaban de madres a hijas, en mi casa se criticaba la hipocresía de la iglesia cobrando por comer carne, un impuesto que como todo lo de la religiones se inventaron ellos con el único afán recaudatorio, a ellos siempre los mueve el dinero, al cobro por no “pecar” lo bautizaron con el nombre de “bula” y que algunos ricos la pagaban muy ufanos solo para que se supiera que ellos si podían pagarla pavoneándose orgullosos, cuando en realidad a ellos no les hacía ninguna falta comer carne precisamente porque lo hacían con asiduidad.
Volviendo al domingo de ramos, mi madre siempre nos compraba aunque fuera unos calcetines o un lazo para el pelo, daba igual, las niñas y niños queríamos estrenar algo para no ser menos que las demás, en fin que las pobres madres, hacían un esfuerzo y siempre caía algo. Tengo un bonito recuerdo de un año, que estrene un vestido, y mis hermanos una camisa cada uno, eso era algo poco común, en esas fechas y en cualquier fecha, no nos vayamos a engañar. Poco contentos que estuvimos ese domingo de ramos. Mi madre era la que se encargaba de llevarnos a ver las procesiones, a pesar de no creer, no quería que nos perdiéramos esa distracción que además era gratis, las calles se llenaban de gentío, y las/os niños lo pasábamos muy bien, nos íbamos a las cinco calles que pasaban unas cuantas, con las sillitas de anea, y tan contentas, juagábamos mientras no venían y nos sentábamos cuando pasaban por delante, yo me escondía detrás de todos cuando pasaban los caballos, tan cerca me daban pánico, los veía tan imponentes que me impresionaban. Después la costumbre era pedirle al nazareno, una poquita de cera, con la que después formábamos una bola para jugar, cualquier cosa era buena para distraernos.
Recuerdo que los jueves y viernes santo, nos llevaba mi madre junto a las demás amigas al muro de la Mezquita la que da al obispado, allí nos plantábamos muy temprano para coger sitio, el obispo salía al balcón cuando pasaban los pasos. Con la ultima nos volvíamos a casa por la rivera con nuestra sillitas cada uno comentando lo que habíamos presenciado. Algunos años llovía, y se nos fastidiaba la distracción, los años que hacia bueno era muy agradable pasear de vuelta por la ribera, con aquellos enormes arboles, y beber agua en la hermosa fuente ya desaparecida, y que tanas noches de verano íbamos paseando después de cenar por tomar el fresco y llenar las mujeres sus cantaros y botijos pequeños las niñas, no recuerdo que vinieran ni niños ni hombres, parece que solo era cosa de mujeres, ellos se lo perdían.
Así pasábamos en mi niñez la llamada Semana Santa.