Por fin terminamos y puedo retomar mis escritos y pasear por
facebook con los amigos, ¡ah!, que no lo he dicho, terminamos de pintar el
piso, no sin antes sufrir a los albañiles, y con el único fin de ahorrar unos
pocos de euros. Pero qué locura, si es que ya somos muy mayores y no estamos
para esos trotes. Al final, como no podía ser de otra manera, me volvió a dar
la contractura muscular, diez horas de fuerte dolor, porte de calmantes y
relajantes que no hacen nada, solo el masaje mientras dura este, menos mal que
tengo un masajista particular y exclusivo en casa. Después el dolor sigue, el
muy testarudo, solo se quita cuando le da la gana, unas veces dura horas, otras
días, es desesperante, no se lo deseo ni a mi peor enemigo, bueno si, ojala les
diera a todos los que nos han arrastrado a la situación de crisis que estamos
sufriendo, y pagando los de siempre, los más débiles, bueno, esto no tiene nada
que ver con lo que quiero contar, así que hay lo dejo.
Una de las muchas noches que estoy desvelada, es decir que
las paso en blanco, cuando eso ocurre, la radio es mi mejor compañía. En una
emisora, no recuerdo cual, pues la mía habitual es Radio Nacional, al pasar el
dial, escuche que estaban hablando de los cementerios, me detuve a escuchar un
momento, la gente llamaba y contaban sus anécdotas o sus fobias, referentes al
tema cementerios. Lo que para otros seria tema desagradable, para mí no lo fue,
ni lo es, deje de mover el dial y me dispuse a escuchar; iban surgiendo anécdotas
de lo más variopintas, que a su vez me hicieron recordar algunos momentos de mi
pasado.
“Cementerio”,
llamado también “Campo Santo”
“Necrópolis” nombre más común sobre todo para los arqueólogos, “Al Macabra”
al igual que “Rawda” o en castellano “Rauda”, es la definición de cementerio
para los musulmanes. El caso es que hay mucha gente que tiene “yu, yu” por no decir una fobia
exagerada, a los temas mortuorios, yo la verdad, no sé porque, nunca me han
dado miedo. El caso es que la gente, durante la hora que duro ese espacio, no
paraba de llamar y contar sus experiencias. Salió a relucir algo que, cuando yo
era pequeña escuchaba muchas veces de boca de la gente mayor; casos de gente que cuando se abría el ataúd al
cabo de muchos años después, se encontraban con el cadáver en posturas que no
eran las normales al ser enterrados, también los féretros arañados, lo que
significaba que por alguna causa los habían enterrado vivos creyéndolos
fallecidos.
Otros casos que se daban por el mismo motivo, era que
estando velando al cadáver, éste se movía sentándose en el ataúd con cara de póker
al no entender nada, mientras los familiares y amigos huían despavoridos entre
gritos de horror. Luego venían los chistes a costa del falso difunto. O
canciones como la de Peret, “Y no estaba muerto, no, no, y no estaba muerto” etc.etc.
… El ingenio surge de cualquier cosa, incluyendo las más dramáticas, siempre ha
sido así, y así seguirá por los siglos de los siglos.
A mi aquellas historias me daban, más que miedo, una
claustrofobia de pronóstico reservado. Pero a la vez me gustaba escuchar esas
macabras historias, sé que es una contradicción, pero así era. Todo tiene una
explicación medianamente lógica, desde muy pequeña, mi madre me pedía que
acompañara a mi tía Magdalena al cementerio en tiempo de vacaciones, para que
esta no fuera sola y yo le sirviera de alguna ayuda. Lo cierto, es que íbamos
todas las mañanas veraniegas al
cementerio. Mi tía había perdido además de a sus padres, mis abuelos paternos,
a un hermano, mi tío Curro, que se enamoro de una prostituta y se la llevo a
vivir con él a la casa que era de todos
los hermanos, la mujer en cuestión era buena persona y vivió como una más de la
familia, hasta que murió también relativamente joven. Mi tía quedo viuda en plena madurez, pero la
vida le tenía reservada otra tragedia mucho peor, la muerte de su hijo Pepe de
una tuberculosis, a la edad de 24 años, ninguna persona está preparada para una
desgracia tan tremenda, simplemente después de ese drama solo se sobrevive.
Para mi tía, era una necesidad o un consuelo dentro de lo
que cabe, ir a diario al cementerio, a limpiar las lápidas, sobre todo la de su
querido hijo, a la que le ponía algunas flores. Ya limpia la lápida, se sentaba
en el filo de la piedra y le rezaba unas oraciones en voz baja (ahora que lo pienso, realmente nunca le
llegue a escuchar lo que decía), en realidad podía muy bien en vez de
rezos, estar maldiciendo a la vida e incluso a dios por todas sus desgracias, y
estaría en todo su derecho la pobre mujer.
Ella hacia todo el ritual de limpieza, colocación de flores
y rezos, o lo que fuera. Mientras mi tía pasaba el rato con sus dolorosos
recuerdos, yo me paseaba por entre las lapidas leyendo los epitafios, y sobre
todo las edades, me sobrecogía cuando descubría las que pertenecían a niños, o
a jóvenes, era algo que no llegaba a asimilar, comprendía que todos tenemos que
irnos algún día, pero no a esas edades cuando aun no se ha tenido tiempo de
vivir, era algo incomprensible para una mente infantil, aun hoy a mi edad, me
parece cruel e inhumano. La vida nos sobrepasa en esos temas, pero nadie puede
hacer nada y nadie está libre.
Enseguida me vino al recuerdo una de las veces en la que
caminaba con mi tía camino del cementerio. Ese día se habían empeñado mis dos
hermanos -mayores que yo- en acompañarnos. Al pasar a la altura del matadero
municipal, sentimos un rumor alarmante, nos volvimos y vimos con estupor y
pánico que se habían escapado dos toros, (tengo
que decir que en aquella época ocurría con cierta frecuencia, ya otra vez,
paseando por la ribera con una amiga sufrimos otro susto que nos hizo volar más
que correr) mi tía que tenia la pobre un problema en una pierna, corría sin
poder tirando de mi mano, o más bien yo tiraba de ella, no lo sé, mi tía a la vez
que corría renqueando, le gritaba a mis hermanos para que volvieran, pero ellos
ya no la podían escuchar, pues habían salidos disparados detrás de los toros sin
escucharla. Los toros afortunadamente se fueron en dirección contraria al
cementerio que era nuestra dirección, nosotras corríamos como posesas para
llegar al cementerio que ya estaba muy cerca, a mis hermanos los dejamos de ver
en unos minutos, la pobre de mi tía sufrió lo indecible pensando lo que le
podía pasar a los insensatos de mis hermanos. Al final todo acabó bien, nadie
sufrió ningún percance, mis hermanos tuvieron su aventura particular de la que
presumían con los amigos, a mi tía le duro el susto unos días, y le dijo a mi
madre que a los niños no los llevaba más. Para mí también fue una pequeña
aventura, que me hizo desear ser un niño para haber hecho lo mismo que mis
hermanos.
El cementerio no era para mí nada anormal, de ahí que no me
importara ir con mi tía, las veces que me lo pidiera.
Hay un precioso relato corto, creo que es de Jorge Bucay,
aunque no estoy segura, que trata de un cementerio en el que las fechas de la
muerte eran todas de gente muy joven la mayoría niños, tres, cinco, siete, diez, doce, catorce
y poco más, incluso meses. Llegando a esa ciudad un señor que le gustaba
visitar los cementerios de todas las ciudades, quedose sorprendido al comprobar
esa cantidad de niños fallecidos, intrigado pregunto a la primera persona que
vio, ¿por favor, podría decirme que hecho desgraciado ocurre en esta ciudad,
para que todos los difuntos sean niños? ¿Es que ha habido alguna epidemia, que
solo ha afectado a los niños? El señor interpelado lo tranquilizo diciéndole;
no se preocupe señor enseguida se lo explico; en esta ciudad, existe una
costumbre ancestral que consiste en que desde que se tiene uso de razón, hasta
el final de la vida se apunta en un libro virgen, el tiempo en el que verdaderamente
se ha sido feliz, uno, dos, tres, los que sean, al morir los familiares suman minutos,
días, semanas o meses de los días felices y el resultado es el que se pone.
Porque la vida puede ser muy larga, pero los días felices son muy pocos.
Este relato nos lo leyó la profesora de yoga mientras
estábamos en la relajación, y a mí me encanto, por su originalidad y veracidad.
Con esto termino, deseando a todos los que podáis leer estas líneas, que
vuestros días felices sean tan largos como días vividos.
Y como dice mi maestra de yoga, PAZ PARA TODOS.