Un día de Agosto me llama una amiga para recordarme que habíamos hablado hacia algún tiempo, de ir un día a la playa, en uno de esos viajes exprés que organizan las agencias, de ida y vuelta en el mismo día. Yo la verdad, eso lo había hecho hacía mucho tiempo, tanto, que todavía no me pesaban los años, y sobre todo las incomodidades, con los años me he vuelto muy cómoda, y solo voy a la playa cuando es a un hotel medianamente bueno, y para pasar varios días, tampoco muchos. Pero lo de todo el día, como que no me gusta mucho la verdad, Yo no sabía cómo decirle que no me apetecía nada, decidí hacer un esfuerzo pensando que le daba una alegría de las que carece últimamente, diciéndome a mí misma que un día se acaba pronto. Dicho y hecho. Esto fue el jueves, y el sábado a las seis de la madrugada —que manda huevos— ya estábamos en camino. Prácticamente no tuve tiempo de arrepentirme, para más inri la playa estaba bastante lejos, en Ayamonte, con lo cual el camino se hizo muy largo, pero eso no fue lo peor.
Nada más acomodarnos en el autocar y arrancar el chofer, cuando todavía estábamos colocándonos para estar lo más cómodas posible, con el fin de dar alguna cabezadita, de pronto una señora de bastante edad, que parece ser era la que llevaba la voz cantante de un numeroso grupo de mujeres y de algunos hombres —luego nos enteramos, hacen estos viajes todas las semanas—, pues como digo, la buena señora se pone de pie al lado del chofer micrófono en mano, y empieza a cantar a viva voz y desafinando como nadie, SOY CORDOBÉS —os recuerdo que eran las seis y diez de la madrugada—, la señora se había tomado muy en serio lo de ser animadora. Mi amiga y yo nos mirábamos sin dar crédito a lo que estábamos oyendo, afortunadamente nadie la secundó, que era lo que ella quería, un coro en toda regla, viendo el poco éxito que había tenido se sentó con desgana como diciendo ¡que sosos! Respiramos aliviadas, pero nuestro gozo en un pozo, de pronto suena la música a tope, como si todos estuviésemos sordos o el autocar fuera una discoteca, así hasta que el chofer paró para desayunar, con gran alivio para nuestros castigados oídos.
Recargo de energías y estiramientos de piernas.
Nuevamente la música a tope, me fabriqué unos tapones con la celulosa de un pañuelo, algo es algo, conseguí mitigar un poco el ruido porqué la música a esos niveles es ruido. No le importó a nadie que algunas protestáramos, pocas, la verdad es que estábamos en minoría.
Todavía nos quedaba como hora y media de camino, jamás se me hizo tan largo un viaje.
Por fin llegamos, lo primero que hicimos mi amiga yo, fue buscar las hamacas con sombrilla que hay en todas las playas al pronto nos asustamos pues no las veíamos por ningún lado, la marea había bajado tanto que casi no se veía el mar. Más que una playa aquello parecía el desierto, por fin divisamos a lo lejos las dichosas hamacas, tuvimos que andar bastante para llegar a ellas, todo el personal que llenaba el autocar se habían quedado en el mismo sitio en que las dejo el autocar, pues iban provistas de sombrillas, butacas, bolsas de comida como para un regimiento, y la clásica nevera enorme. Solo tres mujeres y un señor con muletas, que corría más que el fugitivo, y nosotras dos, nos alejamos. Cuando nos dimos cuenta de que se habían quedado atrás, respiramos aliviadas pues nosotras queríamos tranquilidad.
Por fin íbamos a poder disfrutar del mar y de tranquilidad, soltamos las bolsas y nos fuimos para la orilla, con el fin de dar un paseo, en sí, el llegar hasta la orilla, ya era un buen paseo, y de nuevo otra vez, nuestro gozo en un pozo, toda la orilla estaba literalmente llena de medusas con la particularidad de que eran, podíamos decir perfectamente, “gigantes”, yo no había visto nunca unas medusas de esos tamaños, las más pequeñas podrían ser como los melones redondos llamados cocas, pasando por todos los tamaños, hasta la más grande que podía ser como una sandia de las más hermosas, y si sólo hubiesen sido esas que ya estaban muertas, pero no, solo me había metido hasta la cintura cuando sentí que algo grande y viscoso me rozaba las piernas, y me vi rodeada por las invasoras, salí lo más rápida que pude restregándome la zona con el agua del mar, esperado que aquello no dijera aquí estoy yo y me diera el día. Afortunadamente no fue así. Nuestra suerte es que estuvo nublado hasta cerca de la una, y que la ducha estaba cerca. Dentro del agua nadie, bueno miento “las medusas” que campaban a sus anchas.
Sobre la una y media, aproximadamente, nos tomamos un refrigerio y nos echamos en la tumbona para tratar de dar una cabezadita bajo la escueta sombra de la sombrilla playera, (alguna que otra dimos). En las butacas de al lado estaban las tres mujeres y el marido de una de ellas (el de las muletas), habían venido en el mismo autocar que nosotras, y aunque no los conocíamos de nada, se pusieron a contar chistes y nos alegraron la tarde. Eran realmente graciosos, por lo menos ese rato pudimos distraernos un poco y aliviar el disgusto de no poder bañarnos. Por suerte pronto subió la marea y por fin pudimos sumergir nuestros acalorados cuerpos en el agua y bañarnos en la playa, no sin cierto recelo pues aun se veían algunas medusas, (imagino que las que había muertas en la orilla) A pesar de lo desagradable, nos metimos, pues el calor a esa hora era de respeto, afortunadamente las olas las iban alejando de la orilla. La temperatura del agua extraordinaria, por fin disfrutamos del agua y del sol aunque solo por un corto espacio de tiempo.
Ya sobre las seis y media, después de ducharnos y secarnos, recogimos lo poco que llevábamos pues el autobús salía para Córdoba a las siete de la tarde.
Vuelta otra vez a la discoteca ambulante, aunque es de agradecer que las canciones eran melodiosas mucho mas soportables, que las de la mañana, se ve que los ánimos y el cansancio habían hecho su aparición, pues el volumen era el mismo. Otra parada antes de llegar a Écija, para tomar algo fresco y alguna de las muchas sobras, (que no sé muy bien por qué, llevamos más comida que la que normalmente comemos en nuestra casa). A las once, por fin en casa, que alegría por dioooos.
Este es el resumen de un aciago y dilatado día de playa.
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Moraleja; Mas vale un “no” a tiempo, que horas de “arrepentimiento”. -Me lo acabo de inventar-.
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