lunes, 1 de noviembre de 2010

LISBOA, 1755.

Esta mañana, muy temprano, al despertarme,  tengo la costumbre de escuchar la radio, “Radio Nacional” por más señas, pues nunca me defrauda.  Esto viene, porque estuvieron hablando del terrible terremoto que sufrió la ciudad de Lisboa en el 1755, yo ya tenía conocimiento de este hecho pues hace unos años estuvimos en esa preciosa ciudad que a mí me encanto, y a la que me gustaría volver algún día. En las excursiones ya nos contaron el drama terrible que asoló la ciudad tal día como hoy 1 de noviembre, “Día de Todos los  Santos”.

Un 1 de Noviembre de 1755 a las 09: 20 horas, la ciudad de Lisboa, fue sacudida por un terremoto de grandes proporciones, hoy en  día sería calificado por los geólogos, como de magnitud 9 en la escala de Richter, aproximadamente.

Los supervivientes, huyendo de la ciudad a espacios más abiertos, se fueron hacia los muelles, creyéndose a salvo. Cuarenta minutos después del terremoto, tres “tsunami” seguidos, engulleron el puerto y la zona del centro de la ciudad, seguidamente varios incendios, causaron la destrucción, casi total de la ciudad. 

Grandes edificios de importancia arquitectónica, fueron destruidos totalmente, como el “Teatro de la Opera”, recién construido, el “Palacio Real” que albergaba la biblioteca con sus más de 70.000 volúmenes, y centenares de obras de arte.   Las ruinas del convento del Carmen fueron preservadas, como recuerdo, de la descomunal tragedia.

Se creen que murieron entre 60.000 y 100.000 personas. En Marruecos, unas 10.000, en Ayamonte (Huelva), más de 1.000, y varias ciudades del sur de España, sufrieron, lo que ahora llamamos “daños colaterales”.

Una curiosidad que yo no sabía o no recuerdo haberlo oído, -prefiero pensar que no la sabia-. El rey José I y su corte, que por un capricho de una de sus hijas, que quiso pasar el día de fiesta de “Todos los Santos” fuera de Lisboa y habían salido muy temprano de la ciudad, gracias a eso se salvaron todos, pero la curiosidad es que al rey, se le desarrollo tal fobia  a los espacios cerrados que toda la familia y la corte se fueron a vivir a unas colinas cercanas a la ciudad en tiendas y pabellones, como el rey no lo llego a superar su fobia, estuvieron así hasta que el rey murió.

Por suerte para los supervivientes, el primer Ministro Sebastián de Meló, Marqués de Pombal, al que todos le decían con desesperación: 

-¿Y ahora qué hacemos? 

Él respondía: 

-Cuidar de los vivos y enterrar a los muertos. 

Ante semejante  caos  el primer ministro tomo las riendas de la situación, y empezó a organizar a la gente. Formó grupos de trabajo con todos los supervivientes, unos para apagar los incendios, otros para enterrar a los muertos, antes que las epidemias acabaran con los que se habían salvado. Desbordados, tuvo que dar orden de llevar a cientos de cadáveres en barcos y arrojarlos en alta mar, en contra de la opinión de la iglesia, pero supo imponer la razón de la urgencia para evitar males mayores. El ejército fue movilizado, rodeando la ciudad para impedir que la gente sana huyera de la ciudad, pues todos eran necesarios, y no se podían permitir que la gente despavorida huyera, cosa muy normal por otra parte. Después todos a desescombrar, y en menos de un año la ciudad estaba limpia de escombros. El primer ministro y el rey contrataron a los mejores arquitectos y comenzaron la nueva Lisboa, de amplias  avenidas. Cuentan que alguno cuestionó al Marqués si había necesidad de calles tan anchas a lo que él contestó: 

-Algún día serán pequeñas.

El tiempo le dio la razón. Gran personaje, este Ministro y  Marqués, un claro ejemplo de organización en emergencias, o más bien en catástrofes naturales de gran magnitud como fue ese terrible episodio de nuestros vecinos portugueses, que nos salpico casi a toda Andalucía. Hay datos verdaderamente escalofriantes de la tragedia, de la que  no me gusta ahondar. 

Ante catástrofes semejantes es cuando surgen los verdaderos líderes.

2 comentarios:

ben dijo...

Pues resulta que en ese terremoto
de Lisboa,se vieron afectas,en menor grado otras ciudades.Es el caso de Córdoba,donde la muestra
más palpable,fue precisamente la
torre de la Catedral,que aún se nota las grietas interiorees,inclu
so quedó afectado el minerete inte
rior árabe,pero aguantó.Antes se
podía visitar la torre,ahora no.
Muchos ratos he pasado en esa to
rre,he tocado la campana,no recuer
do cual,lo que si recuerdo es la
matraca,tocarla,tenía su arte,pien
so,que ahora funcionará con al
gún mecanismo.
Esperemos que algún día,se abra
al público y se pueda subir,no
hasta el final,que tiene su peli
gro,pero sí hasta el final del
minerte interior,incluso poder
tocar dicho minerete.Una visita
a la torre,de día y de noche,es
algo inolvidable.
Saludos.

Conchi Carnago dijo...

Llevas, razón Ben, también Córdoba se vio afectada, y otras ciudades andaluzas.
Yo también he subido a la torre de la mezquita, muchas veces, de niña y de adolescente. No me explico porque ahora no dejan subir, pues las vistas de Córdoba son preciosas.
Hay mucha gente joven que no las conoce, y seria interesante, que pudieran conocer esa otra imagen de la ciudad. A mi personalmente me gusta mucho ver los tejados de las casas, desde esa altura.

Un saludo.